Impacto del divorcio en niños
El divorcio y los niños.
Aunque la ruptura matrimonial ha alcanzado tasas tan altas que va camino de convertirse en una etapa normativa del ciclo vital de la familia occidental, a la que se verán enfrentadas un porcentaje muy alto de familias, sigue siendo una experiencia especialmente traumática en la mayoría de los casos.
Desde el punto de vista clínico, se considera incluso que un divorcio tiene un potencial traumatizador comparable a la muerte de un familiar por cuanto produce también fuertes sentimientos de pérdida y lleva a aparejados cambios profundos en las relaciones interpersonales y en el sentido personal. De hecho, el divorcio supone una transición importante para todo el sistema familiar, que afecta no sólo a una, sino generalmente a tres e incluso a cuatro generaciones desde un punto de vista sistémico.
Sin embargo, una ruptura matrimonial no suele ser un fenómeno repentino y aislado, sino más bien un proceso que se prolonga en el tiempo, a veces incluso a lo largo de años. Este proceso ha tendido a conceptualizarse como una pendiente de deterioro progresivo, aunque visiones más modernas lo describen en función de una serie de etapas, cada una con sus propios momentos de equilibrio y de transición. En cualquier caso, es importante entender que el efecto potencialmente negativo que una ruptura de pareja tiene sobre los hijos no reside solamente en la separación o del divorcio propiamente dicho, sino también en la exposición del menor a ese proceso insidioso y prolongado de conflicto matrimonial que generalmente les precede. De hecho, diversos autores han subrayado que el conflicto entre los padres tiene efectos más perniciosos que el divorcio en sí e incluso que del divorcio pueden derivarse efectos positivos para los hijos si pone fin a un conflicto crónico entre los cónyuges.
A menudo el divorcio no pone fin al conflicto previo, si lo había, en este punto soy más pesimista,. La experiencia clínica muestra cómo el divorcio a menudo no marca el final del conflicto, sino una nueva etapa más del mismo, de modo que a partir del divorcio los padres siguen batallando, aunque en otros terrenos y por otros medios, a menudo con la nueva munición que les proporciona el ámbito judicial. En otros casos, el divorcio no se ve precedido por una convivencia conflictiva, sino simplemente por un proceso de desapego conyugal que tal vez ni siquiera sea advertido por los hijos. En ese caso, el efecto pernicioso del divorcio en sí mismo es probablemente mayor.
En cualquier caso, a la hora de entender el efecto que una ruptura matrimonial tiene sobre los hijos, no deberemos circunscribirnos únicamente al momento de la decisión de los padres de separarse, a cómo se anunció y produjo el divorcio, o cómo se está gestionando el nuevo régimen de convivencia en el presente. Más bien nos convendrá ampliar nuestro foco temporal y observar cómo estaba afectando la relación entre los padres a los hijos antes, durante y después del divorcio, de qué manera los hijos han estado o no involucrados en el conflicto conyugal, y cómo se fue gestando en el tiempo la organización y estructuración de la familia.
Es probable que la hija que desde pequeña ha sido confidente de la madre siga jugando ese papel cuando los padres se separan; es esperable que el hijo que años antes de divorcio ya se encontraba haciendo de mensajero entre sus padres siga cargando con esa pesada función tras el divorcio. Si a lo largo de los años un hijo o hija se fue convirtiendo en aliado de uno de los padres, o incluso ha estado en coalición con uno contra el otro, es improbable que durante y tras el divorcio pueda mantenerse equidistante o neutral entre sus progenitores.
Si, por poner un último ejemplo, desde los inicios de la familia ha habido una mala o escasa relación entre por ejemplo el padre y su hija, el divorcio de los padres tenderá a aumentar aún más esa brecha emocional que ya existía.
Con respecto al impacto emocional de la ruptura conyugal en los hijos es innegable que por muy acostumbrado que el menor pueda estar al conflicto entre sus padres, el hecho de la separación física de los mismos puede y suele tener toda una serie de efectos negativos sobre los hijos. Aunque el tipo de efectos está en parte mediado por el desarrollo evolutivo del menor, no hay ninguna edad en la que esté a salvo de sufrirlos.
Entre los efectos emocionales más frecuentes están:
- Sentimientos de ruptura del armazón de seguridad que el niño se había ido forjando trabajosamente día a día a base de percibir cotidianas muestras, pequeñas o grandes, de que sus progenitores están pendientes de él/ella y le protegen
- Se rompe la confianza en los adultos, al menos en la continuidad de la familia como entidad protectora.
- Preocupación de que sus necesidades, presentes y futuras, no puedan ser atendidas.
- Miedo a que, al igual que se ha disuelto la relación de pareja de sus padres, suceda lo mismo con la relación padres e hijos. Este miedo produce muchas reacciones inexplicables, especialmente si son niños pequeños: reticentes miedos nocturnos, ansiedad de separación, crisis de pánico, fobia escolar, etc..
- Aproximadamente el 50% de los niños con padres divorciados o separados sienten intenso temor a ser abandonados por sus padres: “Si papá se ha ido… ¿quién me asegura que ahora no se irá mamá?”, “Si tú no quieres a … ¿cómo puedo estar seguro que a mí siempre me querrás?”.
- No obstante, el progenitor que sienten más miedo a perder es el que se ha ido de casa.
- Intensos sentimientos de pérdida, de soledad.
- Sentimientos de tristeza y lástima, especialmente en niños más mayores y adolescentes, debido a la pérdida de la estructura familiar.
- Frecuentes fantasías de reconciliación de los padres y que todo va a ser como antes.
- Desde la perspectiva del niño, el asunto que más le preocupa, el núcleo central de la separación/divorcio, es la separación física de sus padres.
- Mientras el adulto ve el divorcio como el remedio a su conflicto marital, el niño, por su parte, suspira por su futuro… que no ve nada claro”
- Los niños mayores están especialmente preocupados por una desagradable sensación que experimentan de que uno de los padres ha sido “tirado fuera”.
- Desarrolla “estrategias de autodefensa” y “formas básicas de reaccionar”:
– Imagen idealizada (del progenitor que se ha ido).
– Construcción de la novela familiar para justificar de cara a los demás la ausencia de un progenitor.
Los niños más pequeños desarrollan un intenso sentimiento de culpabilidad por sentirse responsables de la separación de sus padres (porque se portaban mal, porque le reñía, …).
- El sentimiento de culpa es alimentado por comentarios desafortunados
por parte de los padres que se les escapan: “Este niño está acabando conmigo”; “¡¡Ya no aguanto más!!”.
- A pesar de todo ello…. cuando la situación familiar es realmente insostenible y es un infierno vivir juntos, es sumamente liberador la separación de los miembros de la familia sin dar lugar a la vivencia de otros sentimientos.
- Culpa.
- Hiperresponsabilidad.
- Ira y agresividad
- Aislamiento social
- Problemas escolares
- Problemas de alimentación
- Alteraciones del sueño
- Síntomas psicosomáticos
Hay que señalar que el divorcio puede tener efectos positivos sobre los menores en determinadas circunstancias, por ejemplo en los casos en los que pone fin a situaciones de conflicto abierto y violento. En este punto es muy importante destacar que, aunque la variedad, gravedad y duración del impacto negativo depende en buena medida de diversos factores ambientales y de la propia resiliencia y capacidad de adaptación del menor, el factor más importante que determina cómo afecta el divorcio a un niño es cómo los padres gestionen emocionalmente su ruptura si mantienen o no una buena cooperación como padres y de qué forma ayudan (o dificultan) a sus hijos en el proceso, tanto en el momento de comunicar a los hijos su decisión como en todo el reajuste familiar posterior.
Es en este punto dónde los padres responsables del bienestar de sus pequeños suelen consultar a especialista en salud mental, para minimizar los efectos negativos que su decisión pueda tener.
Con las medidas oportunas y el profesional adecuado estos efectos negativos son transitorios, pudiendo el menor recuperar su nivel de funcionamiento y ajuste a la nueva situación, aceptando y normofuncionando psicológica y emocionalmente.
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