
Los niños, al igual que los adultos, pueden padecer ansiedad y tienen motivos para estresarse. Son sensibles, por ejemplo, a:
– Separaciones, divorcios, situaciones problemáticas en la familia como problemas económicos, pérdida de empleo de los padres, etcétera. Los cambios en la estructura familiar son las situaciones que más ansiedad provocan a los pequeños. Por dos motivos, por ejemplo, en el caso de separación de los padres, el primero es el de la propia separación porque implica grandes cambios y el segundo es el propio estrés que ellos absorben directamente de sus padres. En estas situaciones es inevitable sentir ansiedad negativa y por ende trasmitirla, por lo que lo más recomendable es intentar alejar al máximo a los pequeños de los conflictos parentales. Tanto bebés como niños absorben el estrés que puedan tener sus padres. Por lo que hay que tener cuidado con cómo nos sentimos porque los pequeños lo pueden sentir a través nuestro. Cuidar la propia salud emocional es la mejor estrategia para cuidar la de los pequeños porque no trasmitiremos ese malestar y estaremos en condiciones de atender las demandas de ellos y propias con mayor eficacia.
– Cambios relacionados con la rutina. Los niños son amantes de sus costumbres, necesitan saber qué esperar, qué viene a continuación, predecir es algo que les relaja bastante. Cuando trastocamos sus rutinas ellos pierden el control, no saben lo que “viene después” y sienten cierto grado de ansiedad. En la medida de lo posible no debemos trastocar excesivamente sus horarios y rutinas. Esto no significa que necesariamente todos los días tengan que ser iguales, pero sí podemos informarles de los planes del día si prevemos que va a cambiar algo, por ejemplo.
– Mudanzas, traslados, enfermedad de los padres, muertes de familiares… Lo mejor en estas situaciones, especialmente en las más duras, es mantenerse en contacto con el pequeño, informándole de lo oportuno en cada caso. Aunque la realidad sea dura, ellos viven en este mundo igual que nosotros y no hay que apartarles, eso sería dejarles desprotegidos y desconectados. Adaptar las explicaciones en cada caso y potenciar la conexión con ellos les ayudará más que dejarles apartados sin entender lo que ocurre. Ellos se sienten atendidos y parte importante de la familia.
– Altas expectativas puestas sobre ellos, demasiadas demandas escolares, clases extraescolares que sobrecargan sus días, poco espacio de ocio y poco tiempo libre. Ojo con sobrecargarles de actividades planeadas.
– El estrés de los padres. Empezar el día corriendo, entre pitidos en el coche y malas formas no es la mejor manera de comenzar un día.
– Las equivocaciones. Especialmente para los niños muy exigentes consigo mismos, no alcanzar ciertos estándares impuestos puede ser motivo de malestar. Debemos estar atentos al carácter de nuestros pequeños y adaptar las metas a sus capacidades. Recordad: metas difíciles, pero alcanzables. Una carga o expectativa excesiva puede resultar fatal para el bienestar de nuestros hijos y resultar contraproducentes con el éxito en sus labores y tareas.
– No tener descanso. Los más pequeños, al igual que los adultos, necesitan su momento de calma y de relax al día, momento para descansar y relajarse. Aunque los niños sean activos y buscadores de experiencias siempre es recomendable encontrar un hueco al día dónde ellos se sientan tranquilos. ¿Y qué mejor ocasión para compartir con la familia esos momentos de relax? Puede ser tan beneficioso para nosotros como para ellos, además de fomentar la buena relación intrafamiliar.